No existe mayor respeto que llorar por alguien a quien no se ha conocido, dice Saramago.
Y tristemente he descubierto que tiene razón. Que no es una frase literaria capaz de despertar tendencia en los lectores más perezosos. Que son lágrimas de dolor y desesperanza.
He llorado, y lloro, por personas a las que no conoceré, pero que aparecieron en mi vida para recordarme que estaba viva, y presente.
Vivimos, dice Garcia-Alix, en ese estrecho margen entre la vida y la muerte. Preocuparnos por eso nos ayuda a mantener la concentración.
Mi atención se despertó aquí.
Aunque en una terrible amalgama entre temor y consciencia.