jueves, 6 de diciembre de 2018

cierta luz

Empecé a descubrir la cámara como testigo de lo invisible. 
Como ese elemento que escucha. Que presta atención al silencio.

Me gustó el poder de su susurro.

AURA

Hablamos de futuros proyectos. Cenamos. Nos reímos.

Había pasado mucho tiempo y todo era extraño y familiar a la vez.

El tiempo, como siempre que se vive esperando, voló. Y en la distancia supimos el uno del otro, de nuestros nuevos proyectos, que no eran nuevos sino versiones reinventadas de lo que queríamos llamar un renacer.

No queríamos cambiar, pero ya no éramos los mismos.

Jara era el nombre más bonito que había oído nunca. Tenía un Aura que proyectaba una luz que nunca antes había imaginado.

Desde que apareció en mi vida, me quede sin palabras que escribir.


lunes, 19 de febrero de 2018

vs

En este momento de cambio agitado sigo buscando volver a esos referentes que me hicieron ser quien soy. Viejos lugares en los que amé vida. Amigos. Encuentros. Experiencias repetidas una vez más. Piezas musicales olvidadas. Libros cerrados. Viejas costumbres. Viejas luces.

Me amenazan diciéndome que voy a renacer, que será una vida completamente nueva.

Pero yo no soy una suicida y cuanto más echo la vista atrás, más cosas encuentro que quiero conservar. 


Recuerdos. Abrazos. Palabras viejas. Nuevas escuchas.

INFINITO

Hacía mucho que no pensaba en ello. En él de esa manera. En todo ese proceso que nos trajo hasta aquí. Hasta este momento de sosegada incertidumbre.

Nos conocíamos desde hacía muchos años, tantos que casi no recordábamos el momento en el que no estábamos presentes en la vida del otro. Esto provoca calma y temor a partes iguales; más de esta última en muchos momentos.
No solo tenía la sensación de que me estaba perdiendo algo, sino que era un hecho. La mitad de mi vida había sido compartida con la misma persona.

Para amortiguar el impacto mi solución había sido buscar un sitio nuevo cada año en el que vivir. Un lugar al azar y sin motivo aparente que me permitiera despertarme en un suelo nuevo, sin referencias ni apegos. Un lugar que nunca hubiera pisado antes. 
Una de las mayores sensaciones de libertad que existen.
Desde allí me debatía entre el deseo de mantener algo y la necesidad de descubrir olores nuevos. 

Un día un amigo psicólogo me dijo una de esas verdades que no puedes oír:
 “Te marchas lejos no para buscarte a ti misma, sino para buscarle a él”. 
Yo lo negué todo. Aunque solo puede mantener la negación unos segundos. 

En todos los lugares, hasta en los más lejanos físicamente, me encontraba con él. Cada vez con más seguridad e intensidad. Cada vez con más claridad. Y cuanto más experimentaba esto, más lejos era el lugar que buscaba en el mapa para vivir. Y esa distancia nos acercaba cada vez con más fuerza.

En uno de los pisos nuevos a los que llegué a vivir, un desconocido y anterior inquilino del piso me había dejado una nota. 
“Buscando lo que necesitaba perdí lo que quería”.
Así, cansada de sostener esa fuerte tracción que me reclamaba como una goma elástica con una tensión de mil kilómetros, volví. Y entonces sentí miedo del calor de la cercanía.

Mi única salida era dejarme llevar por la irracionalidad. De la misma forma que esta me había llevado sin motivo alguno a lugares maravillosos, convirtiéndolos en referentes emocionales para siempre, decidí refugiarme en ese cuerpo y esa voz que tanto me atraían.

Descubrí entonces no solo que esa renuncia me compensaba, sino que no era tal. 

Pues efectivamente, mi inagotable búsqueda de ese lugar nuevo no era de un espacio físico sino de un espacio humano, que alentaba todos los lugares en los que había sido feliz.