Había
dejado de sentir, de escribir, de leer.
En
un momento que se suponía de grandes ilusiones y decisiones, de
ganas de hacer; yo estaba más apática que nunca. No prestaba
atención a los detalles, no profundizaba, no me paraba a pensar ni a
mirar.
A
veces lloraba por las noches. Eso me consolaba. Todavía guardaba
algo de sensibilidad.
La
ansiedad de querer estar siempre en un lugar diferente al que estoy,
de vivir en un lugar diferente al que vivo, se había vuelto en mi
contra traduciéndose en una profunda dispersión que me hacía no
detenerme ante nada.
Entonces,
entré como terapia en uno de mis blogs de referencia y encontré la
siguiente cita de Simone Weil: Amar es estar atento. Tan
sencillo como eso.
Yo sabía que estaba distraída, que los últimos años de mi vida habían pasado de una forma muy superficial por delante de mi, sin que me diera tiempo casi a tocarlos.
Yo sabía que estaba distraída, que los últimos años de mi vida habían pasado de una forma muy superficial por delante de mi, sin que me diera tiempo casi a tocarlos.
Pero
no era consciente de la gravedad que suponía esta falta de atención.