miércoles, 19 de marzo de 2014

Dulce nana del olvido

Mi falta de atención me atormenta cada día.

Intento convivir con la dispersión, con el desinterés hacía los estímulos del mundo, pero no lo consigo. Mi existencia, que siempre se había mantenido en la sombra pero muy despierta, ahora se está volviendo vacía incluso para mí misma. Estoy difuminándome poco a poco.

No poder sobrepasar la superficie de las cosas me lleva a una perdida de identidad irreparable. Me ahogo al no poder mirar. Las cosas pasan por delante de mis ojos reclamando mi atención, pero mi mente no quiere profundizar.

Me cuesta levantar los ojos. Me cuesta mantener la mirada. Me supone un gran esfuerzo escuchar o sumergirme en las profundidades de un libro, en los matices de una luz, en la sensibilidad de un proceso lento y ascendente.

Sigo en busca de mis monstruos, de esas obsesiones que no me dejaban dormir.

Se han diluido en un mundo multipantalla y unidireccional. En un sistema de miras cortas donde no se presta atención al horizonte, y los ojos encuentran freno a un metro de la cara. En un mundo virtual distraído que no deja sitio a la reflexión o al entusiasmo. Un mundo que convierte todo en translucido para que miremos a través de la superficie. Que no presta atención al pasado porque ni tan siquiera observa su presente.

Mi cámara de fotos, abandonada en un armario en un exceso de arrogancia del pasado; es hoy la única capaz de devolverme el alma. O en ello confío.

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