lunes, 19 de febrero de 2018

INFINITO

Hacía mucho que no pensaba en ello. En él de esa manera. En todo ese proceso que nos trajo hasta aquí. Hasta este momento de sosegada incertidumbre.

Nos conocíamos desde hacía muchos años, tantos que casi no recordábamos el momento en el que no estábamos presentes en la vida del otro. Esto provoca calma y temor a partes iguales; más de esta última en muchos momentos.
No solo tenía la sensación de que me estaba perdiendo algo, sino que era un hecho. La mitad de mi vida había sido compartida con la misma persona.

Para amortiguar el impacto mi solución había sido buscar un sitio nuevo cada año en el que vivir. Un lugar al azar y sin motivo aparente que me permitiera despertarme en un suelo nuevo, sin referencias ni apegos. Un lugar que nunca hubiera pisado antes. 
Una de las mayores sensaciones de libertad que existen.
Desde allí me debatía entre el deseo de mantener algo y la necesidad de descubrir olores nuevos. 

Un día un amigo psicólogo me dijo una de esas verdades que no puedes oír:
 “Te marchas lejos no para buscarte a ti misma, sino para buscarle a él”. 
Yo lo negué todo. Aunque solo puede mantener la negación unos segundos. 

En todos los lugares, hasta en los más lejanos físicamente, me encontraba con él. Cada vez con más seguridad e intensidad. Cada vez con más claridad. Y cuanto más experimentaba esto, más lejos era el lugar que buscaba en el mapa para vivir. Y esa distancia nos acercaba cada vez con más fuerza.

En uno de los pisos nuevos a los que llegué a vivir, un desconocido y anterior inquilino del piso me había dejado una nota. 
“Buscando lo que necesitaba perdí lo que quería”.
Así, cansada de sostener esa fuerte tracción que me reclamaba como una goma elástica con una tensión de mil kilómetros, volví. Y entonces sentí miedo del calor de la cercanía.

Mi única salida era dejarme llevar por la irracionalidad. De la misma forma que esta me había llevado sin motivo alguno a lugares maravillosos, convirtiéndolos en referentes emocionales para siempre, decidí refugiarme en ese cuerpo y esa voz que tanto me atraían.

Descubrí entonces no solo que esa renuncia me compensaba, sino que no era tal. 

Pues efectivamente, mi inagotable búsqueda de ese lugar nuevo no era de un espacio físico sino de un espacio humano, que alentaba todos los lugares en los que había sido feliz.

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